voy por primera vez al teatro real de madrid invitado por un amigo cuyo abono hoy no va a poder utilizar. ha sido el ofrecimiento tan rápido que apenas he podido digerirlo. voy a pisar uno de los templos de las artes mayores. me hace ilusión porque nunca he estado. quiero echarle una buena ojeada porque tampoco sé cuando podré volver. madrid es una ciudad grande, con mucha oferta, pero también con mucha demanda. y eso hace que los precios de cosas tan tontamente elitistas como la música que se hacía hace décadas o siglos suela estar por las nubes si no es que sea prácticamente imposible conseguir asiento. la ópera, la música clásica, el ballet... tienen un público, que si no mayoritario, sí lo es muy numeroso. tanto como para que sea complicado conseguir entradas. más conseguir abonos de temporada. y ya no solo complicado sino caro. porque competir con gente de más edad es competir con gente que tiene más dinero que tú... pero el que la sigue la consigue y mis amigos tienen dos abonos, así que no debe ser imposible, ¿no? esta circular reflexión para llegar con la lengua fuera a las puertas del real, donde me espera un amigo por ausencia de esa chica que últimamente siempre me deja tirado.
hay cola en el ascensor que sube a la quinta planta. las escaleras son bonitas pero no así el número de escalones. un descanso, por favor. impresiona pero... es más pequeño de lo que hubiera imaginado. yo aquí estuve con catorce años, escuchando a una orquesta interpretar piezas clásicas... fui porque nos lo aconsejaba pepe, el profesor de música del instituto. recuerdo sobre todo los ronquidos de la señora de al lado. pero esto ha cambiado mucho. hay pantallas que proyectan detalles sobre lo que en el escenario ocurre. hay pantallas que muestran sobretítulos de lo que hablan los actores, hoy, básicamente, francés, algo de inglés, un poco de alemán. el teatro es precioso pero el sonido no es tan claro como hubiera imaginado. quizás más abajo sea mejor... no lo sé. quizás me esté quedando sordo (algo difícil de lo que es difícil darse cuenta si intentas comprobar si escuchas bien en un concierto de rock)
hoy no hay ópera, que toca ballet. una coreografía de maurice béjart para una obra inspirada directamente en la obra del filósofo, escritor e incluso compositor musical friederich nietzsche. contemporáneo de richard wagner. obsesionado con su música y con tantas otras cosas. un ballet de más de dos horas sobre la presencia de la danza en la obra del filósofo se me antoja varias cosas: primero, difícil de imaginar para que tenga coherencia argumental. segundo, difícil de poner en escena si es con solo música y danza. no sé si es un recurso muy usado en ballet pero aquí se habla. se recitan partes de la obra de nietzsche en las que éste habló de danza. se junta todo con sus personajes más recurrentes, su simbología más usada y música de lo más variada (desde wagner a beethoven, de la música magrebí al rock and roll, del sirtaki al flamenco). la primera parte dura más de una hora y es dura, muy dura. la segunda parte dura menos de una hora y es más visual y divertida, por eso de que es más colorista y movida. la puesta en escena en general es imaginativa. son casi cuarenta bailarines que tan pronto son arlequines como son guerreros. el montaje está muy bien pero, sobre todo la primera hora, me da la impresión de que me estoy perdiendo algo, porque no entiendo nada. en resumen: me aburro un poco. porque no aprecio del todo el esfuerzo del creador ni la belleza de la danza. supongo que para llegar aquí hay que haber pasado antes por cosas más directas, claras o sencillas. no es el primer ballet que veo, que he ido unas cuantas veces a verlo, pero en todas las anteriores la historia era conocida.... en este caso no sé siquiera si haber conocido la ¿historia? hubiese servido de mucho.
no obstante, esta entrada está dedicada a quien me regaló tan gentilmente sus dos asientos de abono: muchas gracias