anoche tocaron los canadienses "the sadies" (prefiero no saber si esto significa los "tristoncitos" o los "sádicos") en un local madrileño de nombre "dink". seré breve: una mierda de local para albergar conciertos. visibilidad reducida en más de la mitad de las posiciones, poca luz (y seguro que a mala leche), copas caras (por lo que pude escuchar), sonido infame, calor, mucho calor: aire acondicionado de éste que enchufan para, supongo, renovar el aire de vez en cuando y que nadie se les muera... porque no creo que lo hicieran para que estuviésemos más a gusto. resumiendo: lo que podía suponer estar de enhorabuena (nueva sala de conciertos, esta vez encima muy cerquita de mi residencia habitual) se convierte en un, de nuevo, puñetazo de realidad: y es que la música en directo vuelve a maltratarse injustísimamente. cuando más oferta de conciertos hay y cuando más demanda la gente ver a sus grupos favoritos en directo en un escenario, aunque sea pequeño, esto supone un paso atrás. un penoso paso atrás.
pero... intentemos ser positivos. la poquita luz y el difícilmente iluminado escenario le daban a todo anoche un aspecto que yo ya había olvidado. me vinieron, mientras sudaba y mis ojos no paraban de arrojar lagrimones por culpa del humo, dos recuerdos: uno, la mítica sala revolver de la calle galileo. el otro, los conciertos de la velvet underground en la factoría de warhol, en la segunda mitad de los años sesenta. este segundo ficticio deja-vu fue causado por la anteriormente referida iluminación y por el increíble espacial sonido que a rachas llegaba del escenario. el primer recuerdo, por esas estupendas columnas situadas entre el público y el escenario: claro, ¿qué más da? si la gente, total, va a mamarse, pensarán los promotores de todo esto.
afortunadamente, encima del escenario había una banda de otra galaxia. una banda que seguro que ha tenido que comer mucha mierda a lo largo de todos estos años de rock and roll y para los que el escenario de ayer probablemente era lo de menos al verse arropados por una numerosísima audiencia. si de otro grupo se hubiera tratado creo que no hubiera aguantado mucho más de media docena de canciones. pero los sadies pudieron, incluso, hacer sonar bien este infame sitio. empezó el concierto con una batería que a veces era lo casi único que se oía: afortunadamente no hubo un técnico de esos para los que una batería es un bombo lo más alto que pueda estar. de hecho, el bombo apenas sonaba y lo que más martilleaba mis oídos eran la tremenda caja y los luminosos timbales. dos guitarristas cantantes y un contrabajista (el pobre, escondido detrás de una fabulosa columna levantada justo delante del escenario) completaban la formación. el contrabajo es discreto y le da un toque añejo a la banda. los dos hermanos cantantes y guitarristas forman el núcleo duro del grupo. son el alma de la fiesta. no sonríen en las casi dos horas de show. presentan, de vez en cuando, unas canciones que tocan en grupos de tres o cuatro. sin tregua. son dos elementos de casi dos metros de altura y aspecto de enterrador con telecaster y epiphone a sus hombros. tocan de maravilla y van alternando la voz cantante en las, casi siempre, breves canciones que interpretan. aproximadamente la mitad del repertorio es instrumental: una mezcla de surf cósmico, spaguetti western y country hillbillie bluegrass en el que exhiben sus dotes guitarreras. tocando con púa y dedos, tocando incluso con esa tan poco habitual púa de anillo. y uno de ellos, hasta en dos ocasiones, cogiendo un violín que le da al conjunto un aire todavía más vaquero. tocan pocas canciones pop pero las dos que hacen son preciosas. hay mucho rock and roll, un poco al estilo de la jon spencer blues explosion. aunque no tan salvaje. reverb a tope en los amplis fender. cuerdas de alto calibre en las guitarras. y unas voces, que, una pena, no se entienden del todo bien y que llegan a nuestros oídos algo fantasmagóricas: si he der ser sincero esto le da al concierto un toque extraño y bastante interesante. caen múltiples versiones: una de los birds y otra de los byrds (i wasn't born to follow), flamin' groovies (shake some action), un homenaje a syd barret que me fascina y que creo que es una canción escrita en su memoria (moría el año pasado): increíble psicodelia guitarrera de efectos hipnóticos, de lo mejor de la noche, un pop cósmico que podría haber durado diez minutos más y no hubiera pasado nada. pienso en cómo debían ser en directo beechwood sparks al oir esta tremenda pieza. y como saben hacer de todo, vuelta a lo básico: hay instrumentales que no duran más de un minuto. gran grupo éste que salta de una cosa a la otra sin apenas esfuerzo. se marchan y vuelven para un bis de casi diez canciones. se vuelven a marchar pero vuelven para volver a irse y así hasta en cinco ocasiones.creo que abusaron un poco del entusiasta público. a veces, me repito con frecuencia, es mejor dejar al respetable con ganas de un poquito más y es peligroso llegar a aburrir por exceso. pero es que estos sadies, a la vista de lo generoso en repertorio de sus discos, deben hacer siempre algo parecido.
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