jueves, 13 de septiembre de 2007

Infancia (1)

No recuerdo bien cuando fue que empecé a sentir que la música era una pasión o una obsesión. Pasión: Apetito o afición vehemente a algo. Obsesión: Idea que con tenaz persistencia asalta la mente. De todas las definiciones que da esa institución llamada Real Academia de la Lengua, me quedo con éstas. Al menos son las que explican lo que para mí significa lo que siento hacia la música.
 
Recuerdo que de pequeño me chiflaba Nino Bravo. Cantaba yo solo aquella del beso y la flor, la de un hermoso jardín, eso es América, la de Noelia, Noelia, Noelia, Noelia, Noelia. Debía ser muy crío porque me acuerdo de la hermana de Marco, mi primer amigo. Ella era más pequeña que él. Y él debía tener mi edad entonces: 5, quizás 6 años. Bueno, todo esto podría ser poco acertado habida cuenta de que mi memoria nunca ha sido muy buena. Sin embargo, daré por hecho que lo que importa es lo que cuento y que lo que cuento es lo qe hay dentro de mi cabeza. Supongo que es a lo que se llama recuerdo. Puede que algunas de esas cosas nunca llegaran a pasar en realidadPero qué más da. Este es solo un ejercicio de memoria y además, las historias contadas siempre superan a la realidad porque la ficción no quiere siempre ser mucho más divertida, excitante, poética y sensual. Vuelvo al camino de mis recuerdos. Vivían, creo (y es el último creo que inserto en el texto), en Móstoles o Alcorcón. Para mí eso era mucho más que el más allá. Tuvieron que pasar unos cuantos años para que fuera consciente de que las cosas están situadas en diferentes sitios y que muchas veces no están tan lejos entre sí como pudiera parecer. Que todo era relativo. Que todo dependía de las ganas que uno tuviera de moverse, de desplazarse. Pero eso es otro tema. Y me temo que no paro de desviarme. Móstoles o Alcorcón en realidad no están hoy tan lejos de mi primer barrio: Batán. Pero entonces ir de un sitio a otro para mí era un viaje. Supongo que iría en el coche de mi padre. No sé cuál tendría entonces. Cuando era pequeño recuerdo que mi padre cambiaba de coche con asiduidad hasta que llegó el que por lo menos a mí me pareció el definitivo. Pero tampoco este es el tema. Y seguro que no fuimos en "el definitivo" porque eso vino más tarde. Marco era mi vecino en Sotillo. Mis padres alquilaban durante un año entero un chalet en Sotillo de la Adrada, uno de los primeros pueblos de Ávila cuando uno llega a la provincia de Ávila por la carretera que sale de Madrid por San Martín de Valdeiglesias. Eran 85 kilómetros que para mí se hacen todo un viaje a un sitio muy lejano y muy diferente a mi barrio de Madrid. Vomitaba en todos y cada uno de los viajes. No recuerdo cuando fue que dejé de hacerlo. La mezcla de olor a tabaco y resto de vomitos de anteriores viajes debían ser inapreciables para el resto de mi familia pero no así para mí. Más de una vez empecé a vomitar antes de que mi padre pusiera la mano en la llave de contacto para arrancar el coche. Recuerdo que la bronca fue descomunal. Mi padre diciendo que no entendía nada y mi madre preocupada por limpiar. A la postre, ese coche lo utilizaba mi padre para ir, venir y deambular en su trabajo y no debía ser muy agradable llevar a clientes o compañeros en semejante ambiente vomitibo. Lo mejor sin duda de los viajes eran las idas. Porque a las vueltas no habia conversación posible: mi padre enchufaba al butanito y nos tragábamos enteritos los partidos de fútbol de primera, segunda, regional (las tristes vueltas solían ser los domingos a eso de las 5 de la tarde). A la ida, sin embargo, nos hartábamos de escuchar música. Mi afición a la melodía vendrá, supongo, de las cintas de cassette de mi padre. El top cinco lo formaban serrat, aute, perales, mocedades y Nino bravo. Peleando por entrar entre ellos, julio iglesias a veces. Una temporada nos hartamos de escuchar una muy famosa por entonces "misa campesina". Y yo creo que mis padres debían tener cintas de los Beatles porque sino no es posible que cuando más mayor los escuchara "motu propio" conociera como mil veces oídas muchas de sus canciones. Es posible que aquel día de invierno en el que tras la alegría que dio ver la nieve en el barrio mi padre se cabreó porque le habían robado la radio del coche le robaran esas cintas de los Beatles que mi imaginación me dice que una vez escuché con mis padres en los interminables viajes en coche. Es posible que no. Vuelvo a decir que esto no son más que recuerdos que surgen desordenados y fantasiosos.



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